viernes, 15 de octubre de 2010

TUESDAY, OCTOBER 24, 2006

El pais del algún día...

Había una vez... (bah... en realidad no se sabe) un país de pasto verde, puras plantas, flores bellísimas: jazmín, jacarandá, malvón... (rosas no... tienen espinas... )
En ese país sin dueño no había ni día ni noche... el cielo era siempre celeste claro... un enorme sol anaranjado apuntaba con sus rayos fugaces a la luna negra y a las demás estrellas nergras...
Llovía suavemente la mitad del tiempo... había también un río muy puro... el viento era el necesario... nunca se necesitaba demasiado abrigo... y había libertad de refrescarse cuando uno quisiera...
La gente cantaba y danzaba como en una ópera... vestían con simplicidad las túnicas que hacían artesanalmente, se adornaban con collares y algunos se pintaban la cara...
Vivían sin problemas donde la vida los había acomodado... no mataban a otros animales, era demasiado bueno el alimento que les proporcionaba el reino vegetal...
Estas personas eran muy privilegiadas... ya que tenían la gran capacidad de poder usar las palabras sin lastimarse...


Escrito por mí a los 13 años : http://cielitocelesteconlunanegra.blogspot.com

sábado, 9 de octubre de 2010

Otros Matías...

PSICOLOGIA › UN CRIMEN REVELA RESPONSABILIDADES SOCIALES

Todos los que matan a Matías.

Por Andrea Homene *

A Matías Berardi lo asesinaron, el martes de la semana pasada, según dicen hasta el momento los investigadores, los miembros de una familia que lo habían secuestrado para pedir 500 pesos de rescate: atrocidad injustificable que merece la más enérgica condena. Pero no fueron sólo ellos quienes terminaron con la vida de este chico de 16 años. A Matías lo asesinaron los vecinos, que lo vieron correr desesperado pidiendo ayuda pero, como era perseguido por otras personas que gritaban que les había robado (luego se sabría que eran sus secuestradores), no intervinieron para asistirlo.

También lo asesinaron los periodistas que instalan en el imaginario del público la idea de que los jóvenes son los responsables de todos los problemas de inseguridad. El remisero que no dudó en huir cuando vio al joven acercarse a su automóvil con intenciones de abordarlo también lo asesinó.

Lo mataron además quienes vieron cómo Matías era finalmente interceptado por un automóvil, subido a golpes, y no hicieron nada para evitarlo. También lo mató la policía, que alertada “porque un menor intentó asaltar a un remisero y luego fue subido a un auto”, hizo un breve recorrido por el barrio y se retiró. A Matías lo mató la clase media, que construye bunkers rodeados por doble alambrado electrificado para subrayar las diferencias entre un adentro habitado por los buenos ciudadanos y un afuera infectado de “malvivientes”.

Matías murió por ser un adolescente. Cargó, por un instante breve y fatal de su vida, con el estigma que cargan miles de adolescentes como él, que continuamente son agredidos, despreciados, maltratados, humillados, por los buenos ciudadanos que pagan sus impuestos y que reclaman airadamente bajar la edad de imputabilidad, endurecer las condenas (como si ser un adolescente de clase baja sin futuro ni ilusiones no fuera condena suficiente), que no salgan nunca más de la cárcel.

Existe otro Matías. Lo conozco. Está cumpliendo una probation. No vive en un barrio privado, no juega rugby, no asiste a un colegio bilingüe. Es morocho. Todos los días sale a vender productos de limpieza por la calle. Y casi todos los días la policía lo para, lo obliga a ponerse contra la pared, le hace abrir las piernas, someterse a la requisa, abrir su mochila, dejar caer su mercadería, soportar que se la pateen y juntar lo que queda de ella sin decir una sola palabra, porque, al menor atisbo de protesta por el atropello, pueden llevarlo a la comisaría por “resistencia a la autoridad”. Cualquier conflicto le haría perder la probation y podría derivar en su detención. El sabe que no puede reaccionar ante el funcionario policial; no puede defender su derecho a querer darle un curso diferente a su vida, a ganar honestamente el sustento de su familia. Debe callar y juntar del piso su mercadería pisoteada.

Los que creyeron que el otro Matías era un ladrón consideraron justo que fuera perseguido por sus presuntas víctimas y empujado al interior de un auto. A nadie se le ocurrió que, aun cuando hubiera cometido un delito, debía ser protegido de la persecución justiciera. Es más, si hubiera sido un ladrón, y sus víctimas, como ha sucedido, hubieran hecho “justicia” por mano propia, el discurso social ante la muerte del chico hubiera sido muy diferente. Los homicidas hubieran sido considerados casi como héroes. Difícilmente se hubiera establecido su responsabilidad y en el caso de que fueran identificados, un buen abogado habría logrado probar el “estado de emoción violenta” y así la inimputabilidad.

El otro Matías trata de sobrevivir en un medio que le es hostil y, cuando le pregunto qué necesita, contesta: “Una vida nueva”. Con este Matías, intentamos aún reparar todo el daño que se le ha hecho; que pueda algún día ilusionarse, desear, imaginar una vida en la que pueda andar libremente por la calle, trabajar, ir a bailar, sin tener que agachar la cabeza cuando la mirada del otro le dirige desprecio y burla.

* Psicoanalista. Perito psicóloga en una defensoría oficial del conurbano bonaerense.

Link original:http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-154453-2010-10-07.html

domingo, 3 de octubre de 2010

Después de leer "El Túnel", de Ernesto Sábato

Cuando recibí su mensaje de texto estaba leyendo, era el momento en el que Juan Pablo Castel desbordaba de odio y decidía asesinar a María Iribarne. Sentí ese mismo odio acumularse en el calor de mi rostro. Situación similar: Matías también había jugado conmigo, me había manipulado hasta el cansancio (mi cansancio, obviamente, ya que la crueldad no posee límites).
A la vez que Juan Pablo hundía el cuchillo en el cuerpo de María, mi temperatura corporal descendía. No puedo asegurar que nunca quise matar a Matías. Lo que si puedo asegurar es que estoy feliz de no tener saldo para responder su mensaje. Dudo sobre si quiero o no que me llame. Por un lado, sería placentero apretar el botón de ignorar y decir "lo logré"; aunque, por otro lado, podría olvidarme de todo por un segundo y atender. Probablemente me arrepentiría de ambas decisiones.
Soy asquerosamente analítica, misántropa, ilusa, impulsiva y borracha como Juan Pablo.
María suena parecido a Matías. Sus actos también son similares. ¿Fingen? ¿Para qué? ¿Qué clase de vil satisfacción obtienen al engañarnos? ¿No es acaso más fácil y más cómoda la transparencia?
Reflexiono unos minutos y llego a un punto lógico que, por ser tan pasionales e instintivos, Juan Pablo y yo nunca tuvimos en cuenta: No tenemos autoridad moral para exigir bondad y transparencia quienes no contamos con esas cualidades. Pero no por eso voy a olvidarme de mi dignidad para correr a buscar el inalámbrico, llamarlo y decirle "Vení a mi casa a coger".
No tengo tanta capacidad de simular. No sabría qué cara poner al verlo llegar, no sabría si besarle o no la boca al saludarlo, no sabría que decir antes de apagar la luz. Pero lo que realmente importa es que dudo que logre volver a tener un orgasmo con él. Y no sé fingir. Y no quiero un desagradable coito seco como la mayoría de los que hubo entre nosotros. Por más que intento no puedo explicarme qué fue lo que me llevó a mantener relaciones durante más de dos meses con un hombre que no me daba placer, que hacía que me sintiera cualquier cosa menos una mujer.
Entonces me doy cuenta de que en mí habitan tanto un Juan Pablo como una María.
¿Merezco que Matías lea estas confesiones y me mate? ¿Habitará un Juan Pablo dentro de él? ¿Cómo se habrá sentido al descubrir mis infidelidades? Tal vez eso haya sido lo que lo motivó a convertirse en un ser manipulador y sádico para conmigo.
Preguntas sin respuesta, como éste y futuros mensajes de texto similares.